Hazte el amor, receta para dos personas. Se toman un par de
individuos, en adelante los amantes, que aquí consideraremos de distinto
sexo, aunque si son del mismo sexo la receta quedará igual de bien. Lo
importante no es eso, lo importante es que haya algo de atracción por
ambas partes. Ni siquiera que se encuentren guapos o se necesiten o
realmente se quieran. Si uno de los dos desearía no estar ahí, o estar
con otro, o simplemente no se siente ni atractivo ni atraído, es
preferible sustituirlo inmediatamente antes de que eche todo el plato a
perder.
Se elige un buen entorno, entendiéndose como bueno
cualquiera que vaya desde el aquí te pillo aquí te mato, hasta el
picadero habitual. Es importante que se responda a las expectativas de
exposición que más les ponga a los amantes, que básicamente son tres:
privacidad absoluta, peligro inminente o escándalo público. Y es
preferible estar de acuerdo de entrada con la elección, aunque lo ideal
sería llegar a ese acuerdo sin ni siquiera haberlo acordado.
Se
condimenta con algo de luz. La sensación lumínica idílica varía en
función de los gustos. Yo prefiero que la luz ilumine, sí, pero que
jamás nos llegue a denunciar. Y si os gusta veros por duplicado, hay que
tener cerca espejos o cámaras. También se puede aderezar con algo de
música, yo recomiendo en ese caso tener muy controlada la playlist, no
vaya a ser que te entre un Fary o un Carlos Baute y te corte de golpe
todo el rollo.
Se huele. Se huele todo el tiempo. Lo importante
que es olerse durante todo el proceso. El olor corporal es al sexo lo
que a la comida el sabor. Hay que ir probándose continuamente, ya que
hay platos que, por muy buenos que estén, jamás te gustarán o que un
día, de pronto, dejan de gustarte, o que te saturan o incluso que de
pronto pueden empezar a provocarte alergias. Es todo una cuestión de
feromonas. Y como animales que al final somos todos, aquí no hay nada
que responda a la pura y fría racionalidad.
Y ahora, por fin, el arte de darse lo suyo entra en juego.
Porque
llega el mundo de los preliminares, definido siempre por aproximación.
Son esos últimos cinco centímetros antes de su piel. Retardar todo
aquello que ambos deseáis que ocurra. Disfrutar del camino, hacerlo
durar más que el destino. Hacer sufrir con la espera pero a base de
bien. Calentar a fuego lento, lentísimo, casi marcando el tempo con
cuentagotas. Cuando hayáis empezado a desprender algo de sudor, es el
momento de pasar a la acción.
Y ahora sí. Se macera todo con una
postura. Aquí no sólo va a gustos, sino también al estado de forma
física y la dureza de ambos miembros. No es lo mismo optar por una
vertical, que por una horizontal o por una postura mixta. La edad y los
años que llevéis juntos acabarán haciendo el resto e incluso eligiendo
por vosotros.
Se remueve bien, se bate, se mezcla y se deja
haciendo chup chup. En cuanto al tiempo, de nuevo aquí va a gustos. Si
lo dejas poco, seguro que te quedará crudo. Si te pasas, acabarás
quemado. Al dente es un punto complicado, pero es ése en el que nada se
pega y todo sabe mejor.
A partir de este momento hay amantes que
se pierden porque acaban confundiendo ritmo con velocidad. No hay nada
como saber sincronizarse con otro cuerpo y dejar que fluya lo que tenga
que fluir. La sincronía, el sincopado, el contrapunto. Conceptos
musicales que seguro que se inventaron para follar. Perdón, para hacer
el amor, quería decir.
Sírvase todo acompañado de un buen
orgasmo. Ese gran desconocido. A menudo sobrevalorado. Pero tan
agradecido también. Pretender glosarlos todos sería tan complicado como
tratar de clasificar las gotas de agua. Cada uno es un mundo. Y está
bien que así sea. Porque nos convierte a todos en exploradores novatos
cada vez. Aunque lo cierto es que un orgasmo no es nunca condición
necesaria, pero sí suficiente.
Hasta aquí la receta, aparentemente sencilla y sólo para dos.
Si hay más de dos, añádanse ingredientes a gusto de los comensales.
Y si hay menos de dos, entonces ya no estaremos hablando de hacer el amor.
Sino de comprarlo hecho.