miércoles, 26 de febrero de 2014

Siempre se cuenta la historia que no. La hipótesis. ¿Y si la lluvia no hubiese borrado el remite? ¿Y si hubieras necesitado un café tanto como yo? ¿Y si la poesía te hubiese a ti también calado hasta los huesos?

Se inventa entonces el cuento. El quizás que contienen los días, la eventualidad de que a lo mejor si tal vez… No se cuenta que ahora mismo un hombre se complace haciéndote el amor. No se cuenta que te lo hace con la mitad de ganas que te lo haría yo. No se cuenta el baile de luces ni que tus ojos ya no me dicen nada o que tu boca ya no es un lugar tierno para posarse. Se cuenta la posibilidad, el hecho de que bien pudiera ser que tu pecho tuviese mi forma y tu cintura la forma de mis manos.

Siempre me preguntan lo mismo: ¿en qué te inspiras? ¿Quién es tu musa, de dónde sale tanta inspiración? Y es tan difícil, comprenderán, explicar que la inspiración es la no inspiración, lo que se calla, lo que no se ve, lo que no se vive. Explicarles que por qué no escribirle a lo que no está por venir; concluir el verano antes de que empiece, cerrar la cuenta antes de saber qué es lo que se cuenta. No es de mirar al futuro de lo que hablo, sino de mirar más allá, al momento en el que todo se termina y no queda sitio para nada ni nadie más. No importará, entonces, lo ocurrido. No importará si aquella mirada llegó o no. Si coincidieron o no tus ganas con las mías. Tus quieros y tus puedos. No importará si la tormenta frustró aquella llamada. Si los dos teníamos la misma ansia por vivir. No importará. No importa.



Verás, hace tiempo que dejé de creer en las oportunidades. Sé que, muchas veces, los trenes ni siquiera pasan.